sábado, 21 de enero de 2012

Los descendientes

La película de Alexander Payne me ha hecho reflexionar sobre la propia vida, sobre las cosas que nos importan y aquellas que querríamos dejar a nuestros hijos. Georges Clooney es un padre que apenas hace caso a sus hijas y a su esposa. Viven en Hawai bajo unos cielos cambiantes muy hermosos; la acción transcurre en unos pocos días en los cuales la esposa del protagonista está en coma en un hospital, del que ya no saldrá con vida, debido a un accidente en una lancha motora. Clooney debe hacerse cargo de las dos niñas (10 y 17 años) de las que apenas sabe nada, al tiempo que descubre que su esposa le ha sido infiel con un agente de la propiedad interesado en que la familia de Clooney les venda unos terrenos vírgenes en una de las islas que llevan 150 años perteneciendo a la familia, para construir un complejo hotelero. El protagonista se va despidiendo poco a poco de su mujer, con la que no se llevaba excesivamente bien, al tiempo que va viviendo experiencias con sus hijas, que terminan por unirlos. Decide no vender los terrenos familiares pese a que una orden permitirá que el gobierno se las expropie al término de 7 años. La escena final sentado en un sofá con sus hijas, compartiendo un helado y tapándose todos con la misma manta me parece fantástica pese a la sencillez que demuestran. Muy hermosas las escenas de las islas hawaianas, los paisajes, los cielos, el contraste con la sencillez de la vida, con la pulsiones simples que mueven a los personajes, personas más bien corrientes que tienen que reorganizar su vida tras el accidente de la madre-esposa. Me ha gustado bastante.

lunes, 2 de enero de 2012

Año Nuevo diferente

Pensé que el Año Nuevo sería una seria resaca del vino y el champagne de la cena, una pesadez mental debida a la falta de horas de sueño y luego retazos del concierto de año nuevo vienés y algún salto de esquí. Resumiendo, pasar el día sentado en un sofá dormitando, gruñendo algo de cuando en cuando, parando para comer y luego sestear con alguna película tipo Harry Potter. Y sin embargo no he parado quieto hasta este momento de escritura: madrugar por obra y gracia de penetrantes gritos infantiles, pasear por los acantilados, saltar de roca en roca (cada vez con menos gracilidad), meditar mirando al mar, hacer fotos con el móvil (nueva moda posmoderna) del agua rompiendo sobre los acantilados, divertirme con juegos infantiles casi olvidados en un parque muy, muy verde al que llegamos seguidos a distancia por una vaca, dar de comer una manzana a un caballo, reir sin parar durante varios minutos, dormir una siesta desaforada, pasear por un pinar sobre las dunas, contemplar una puesta de sol que no parecía tal pero que en un momento dado se dejó fotografiar reflejándose en el arenal larguísimo de Valdearenas. No lamentar la ausencia de valses vieneses mientras Anna Netrebko desgrana aria tras aria en el equipo del coche conducido por pistas locales muy sinuosas. Y al final era verdad: estaba Harry Potter en la tele cuando volví a casa.