viernes, 2 de abril de 2010

Semana Santa

Tanta gente observando desde las aceras un espectáculo gratuíto, durante dos horas; quizás los que observan lo hacen pensando que deberían ser ellos los que procesionaran, o quizás son los que no han tenido valor o fe para hacerlo, o simplemente son demasiado cómodos o tienen otras prioridades en la vida. Cada año el mismo espectáculo, los pasos que pueden admirarse en museos o en iglesias, pero que apenas nos paramos a observar durante todo el año, y que ahora, adornados con flores, relucientes, salen a hombros de esforzados cofrades, que antes han tenido que acondicionarlos, montarlos en las carrozas, preparar sus hábitos (a veces después de un año sin usarlos tendrán la desagradable sorpresa de que han sido visitados por las polillas), y en fin dedicarle horas y horas hasta que todo está listo y ensayado. 
Toda esta parafernalia llena la ciudad de turistas que buscan un casco antiguo inexistente como concepto o como comparativa con otras ciudades en las que sí existe; turistas que dejan miles de euros en hostelería, en souvenirs, o en dinero negro en las arcas de las cofradías, bien a través de limosnas o donativos, bien a través de la venta de merchandaising de todo tipo, desde rosarios a estampitas, pasando por cofrades con los hábitos de la cofradía en arcilla o resina, desde postales con los pasos más famosos, hasta llaveros o medallitas con la efigie del cristo de turno. Realmente faltaria que cada cofradía pusiera en sus locales una barra con bebidas y pinchos para rentabilizar el esfuerzo y el trabajo que realizan. Así, unos hacen el trabajo y otros (los hosteleros locales) se llevan los beneficios sin aportara apenas nada. Gran negocio.



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