lunes, 26 de abril de 2010

Invisible

Me ha perturbado bastante la lectura de este libro de Paul Auster titulado así: Invisible. Las causas de esta conmoción (quizás no encuentro el término exacto en castellano para esto; pienso que en francés el término boulversement sería más preciso) son las puertas abiertas que deja la novela, las consecuencias de narrar algo cuando nadie puede desmentirlo, las posibilidades tremendas de la mentira, los cambios vitales que producen determinadas intervenciones (frases, opiniones, consejos,...) sobre determinadas personas en momentos peculiares especialmente propensos a una cierta sensibilidad. Todos somos un poco prisioneros de lo que decimos, o de lo que nos dicen, de lo que ocultamos, de las composiciones de lugar mentales que hacemos sobre determinados hechos del pasado, pero en esta novela aparecen hechos insólitos ocurridos en torno a una persona hace más de cuarenta años, las consecuencias que sus actos tuvieron en la vida de los demás, las consecuencias futuras que podrían tener...
Quizás comos siempre en Paul Auster el fondo de la historia  pesa más que la calidad literaria de lo que narra, no por ser ésta deficiente, sino por la profundidad abismal de las pasiones humanas abordadas. 

En definitiva, me ha gustado mucho el libro, me ha removido un poco el pensamiento, y en cierto modo me ha estimulado en estos días de espera.

miércoles, 14 de abril de 2010

Colgantes en el coche

Desconfío ya de entrada de todo aquel que cuelga  algo del retrovisor de su coche: ¿para qué?,¿para exhibirlo?,¿para imponérselo a quien le acompaña?, ¿para mejorar la estética del coche?, ¿para usarlo cómo punto de mira?, ¿para no olvidarse de algo que es importante para él?. 
Seguramente mis prejuicios no tienen fundamento en este caso, pero mi experiencia viajando con gente me lleva a que quienes cuelgan algo de su retrovisor son al final con quienes peor me llevo o tal vez los menos afines a mí.
Durante unos años, tras un logrado anuncio de televisión se pusieron de moda lo muñecos Elvis que al menos eran simpáticos, aunque algunos los fueron retirando progresivamente porque se movían demasiado y llegaban a marear a los ocupantes del asiento de acompañante del conductor (¿por qué se llamará así, si algunos en lugar de acompañar suelen dormitar?).
En otros casos más llamativos hay quien cuelga rosarios, vírgenes, cintas con la bandera nacional, o todo tipo de amuletos atrapasueños (digo yo que serán los sueños del acompañante, porque los del conductor no van a ser...).
En fin, reconozco que es manía mía el desconfiar de los portadores de todo este tipo de colgantes...




viernes, 2 de abril de 2010

Semana Santa

Tanta gente observando desde las aceras un espectáculo gratuíto, durante dos horas; quizás los que observan lo hacen pensando que deberían ser ellos los que procesionaran, o quizás son los que no han tenido valor o fe para hacerlo, o simplemente son demasiado cómodos o tienen otras prioridades en la vida. Cada año el mismo espectáculo, los pasos que pueden admirarse en museos o en iglesias, pero que apenas nos paramos a observar durante todo el año, y que ahora, adornados con flores, relucientes, salen a hombros de esforzados cofrades, que antes han tenido que acondicionarlos, montarlos en las carrozas, preparar sus hábitos (a veces después de un año sin usarlos tendrán la desagradable sorpresa de que han sido visitados por las polillas), y en fin dedicarle horas y horas hasta que todo está listo y ensayado. 
Toda esta parafernalia llena la ciudad de turistas que buscan un casco antiguo inexistente como concepto o como comparativa con otras ciudades en las que sí existe; turistas que dejan miles de euros en hostelería, en souvenirs, o en dinero negro en las arcas de las cofradías, bien a través de limosnas o donativos, bien a través de la venta de merchandaising de todo tipo, desde rosarios a estampitas, pasando por cofrades con los hábitos de la cofradía en arcilla o resina, desde postales con los pasos más famosos, hasta llaveros o medallitas con la efigie del cristo de turno. Realmente faltaria que cada cofradía pusiera en sus locales una barra con bebidas y pinchos para rentabilizar el esfuerzo y el trabajo que realizan. Así, unos hacen el trabajo y otros (los hosteleros locales) se llevan los beneficios sin aportara apenas nada. Gran negocio.