lunes, 19 de octubre de 2009

Un muerto

Ayer vi un muerto en medio de una calle. No estoy acostumbrado; acaso no lo había visto nunca, así, en medio de una calle casi desierta, fría, en obras. No sé cómo murió, pero la escena invitaba al disgusto: el cadaver presente durante varias horas, hasta que el juez de turno llegara para ordenar levantar el cuerpo. Me asaltó la reflexión de lo poco que vale la vida humana. Unos minutos después leía en un periódico una columna de Vicente Verdú en la que hablaba de los que habían pasado por el mundo en toda su historia, unos cien mil millones de almas, antepasados que nos legaron toda su sapiencia, todas sus investigaciones, y que un día dejaron de existir.
Las sensaciones que no me han abandonado aún son silencio y frío, y toda la parafernalia montada alrededor por quienes son unos profesionales de los sucesos en una gran ciudad: policías, enfermeros, jueces de guardia, investigadores y los propios servicios funerarios en última instancia. Un número, uno menos, uno más, un caso teórico-práctico en el mejor de los casos. No me acostumbro.