martes, 16 de junio de 2009

¿Qué leer, qué no leer?

En las pocas ocasiones (pocas para lo mucho que me gusta hablar del tema) en las que hablo últimamente sobre libros, encuentro las más de las veces gente que lee estereotipos tremendos, que pueden bien calificarse de subliteratura. Me abstengo normalmente de hacer tales comentarios, porque eso está mal visto, provoca una situación en la que seguramente me encuentro incómodo al ser visto como un ser extraño que lee cosas diferentes. Normalmente busco en la lectura un valor añadido al texto puro y duro, un valor literario o informativo, o emocional diferente a lo que conozco, o algo que me sugiera ideas, que me haga pensar, no sólo que me entretenga o que me haga olvidar las miserias cotidianas. Por eso los libros de autoayuda me rechinan, por eso las llamadas novelas románticas me provocan urticaria, por eso los libros escritos a favor del viento de la fama del personaje me suelen revolver el estómago, y más si se trata de políticos retirados que viven del cuento, que dan conferencias por las que cobran centenares de euros al minuto, que firman ejemplares en los centros comerciales rodeados de la plana mayor local de su partido político.
La dificultad estriba en estos días en encontrar a alguien que lea literatura en estado puro, ideas concentradas al máximo, poemas que vayan más allá de la simple rima, o en el mejor de los casos de un ritmo interno, para elongarse a través de ideas brillantes. Ahí somos una potencia mundial, mucho más que en los deportes de moda, mucho más que en novelistas o en directores de cine, de los que tampoco adolecemos en este país. ¡Qué difícil encontrar a alguien con quien hablar de poesía!.

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