martes, 16 de junio de 2009

¿Qué leer, qué no leer?

En las pocas ocasiones (pocas para lo mucho que me gusta hablar del tema) en las que hablo últimamente sobre libros, encuentro las más de las veces gente que lee estereotipos tremendos, que pueden bien calificarse de subliteratura. Me abstengo normalmente de hacer tales comentarios, porque eso está mal visto, provoca una situación en la que seguramente me encuentro incómodo al ser visto como un ser extraño que lee cosas diferentes. Normalmente busco en la lectura un valor añadido al texto puro y duro, un valor literario o informativo, o emocional diferente a lo que conozco, o algo que me sugiera ideas, que me haga pensar, no sólo que me entretenga o que me haga olvidar las miserias cotidianas. Por eso los libros de autoayuda me rechinan, por eso las llamadas novelas románticas me provocan urticaria, por eso los libros escritos a favor del viento de la fama del personaje me suelen revolver el estómago, y más si se trata de políticos retirados que viven del cuento, que dan conferencias por las que cobran centenares de euros al minuto, que firman ejemplares en los centros comerciales rodeados de la plana mayor local de su partido político.
La dificultad estriba en estos días en encontrar a alguien que lea literatura en estado puro, ideas concentradas al máximo, poemas que vayan más allá de la simple rima, o en el mejor de los casos de un ritmo interno, para elongarse a través de ideas brillantes. Ahí somos una potencia mundial, mucho más que en los deportes de moda, mucho más que en novelistas o en directores de cine, de los que tampoco adolecemos en este país. ¡Qué difícil encontrar a alguien con quien hablar de poesía!.

miércoles, 10 de junio de 2009

Ciencia en la sociedad

Quizás no está en el espíritu del ciudadano español nada relacionado con la investigación científica, o con la producción de artículos científicos al nivel que sea. Quizás tiene que ver con la educación, con el modelo consagrado en el último siglo de un profesor que dice cosas que los alumnos pueden o no escuchar, asimilar, comprender. Nada de experimentación, nada de aprendizaje propio, nada de ciencia. La transmisión vertical del saber conlleva elitismo, conlleva falta de motivación, conlleva el que la cultura científica en la sociedad esté infravalorada y apenas exista. Me maravillo en otros países como Francia sin ir más lejos, en el cualquier ciudadano posee conocimientos científicos que aquí en España se consideran casi de élite. Hace tiempo leí en algún periódico un artículo en el que se hablaba de esta incultura científica en la calle y proponían una sencilla prueba: preguntar a cualquier ciudadano que nos explicase porqué se producían las estaciones. Incluso en el caso en el que se ofrecieran varias respuestas a la pregunta para poder elegir, la mayoría elegía la que decía que en verano estaba más cerca el sol de la Tierra, y en invierno más lejos. La única ciencia que llega hoy a los ciudadanos es a través de medios de comunicación poco especializados, en ocasiones mal transmitida o de forma errónea o incompleta. Me he dado cuenta este año en el que no he trabajado por una excedencia que la mente si la dejas al libre albedrío, sólo pendiente de los medios de comunicación, tiende a atrofiarse. Se echan en falta revistas especializadas de divulgación en vez de tanta revista del corazón. Ahí reside uno de los errores fundamentales de nuestra sociedad.