lunes, 19 de octubre de 2009

Un muerto

Ayer vi un muerto en medio de una calle. No estoy acostumbrado; acaso no lo había visto nunca, así, en medio de una calle casi desierta, fría, en obras. No sé cómo murió, pero la escena invitaba al disgusto: el cadaver presente durante varias horas, hasta que el juez de turno llegara para ordenar levantar el cuerpo. Me asaltó la reflexión de lo poco que vale la vida humana. Unos minutos después leía en un periódico una columna de Vicente Verdú en la que hablaba de los que habían pasado por el mundo en toda su historia, unos cien mil millones de almas, antepasados que nos legaron toda su sapiencia, todas sus investigaciones, y que un día dejaron de existir.
Las sensaciones que no me han abandonado aún son silencio y frío, y toda la parafernalia montada alrededor por quienes son unos profesionales de los sucesos en una gran ciudad: policías, enfermeros, jueces de guardia, investigadores y los propios servicios funerarios en última instancia. Un número, uno menos, uno más, un caso teórico-práctico en el mejor de los casos. No me acostumbro.

martes, 16 de junio de 2009

¿Qué leer, qué no leer?

En las pocas ocasiones (pocas para lo mucho que me gusta hablar del tema) en las que hablo últimamente sobre libros, encuentro las más de las veces gente que lee estereotipos tremendos, que pueden bien calificarse de subliteratura. Me abstengo normalmente de hacer tales comentarios, porque eso está mal visto, provoca una situación en la que seguramente me encuentro incómodo al ser visto como un ser extraño que lee cosas diferentes. Normalmente busco en la lectura un valor añadido al texto puro y duro, un valor literario o informativo, o emocional diferente a lo que conozco, o algo que me sugiera ideas, que me haga pensar, no sólo que me entretenga o que me haga olvidar las miserias cotidianas. Por eso los libros de autoayuda me rechinan, por eso las llamadas novelas románticas me provocan urticaria, por eso los libros escritos a favor del viento de la fama del personaje me suelen revolver el estómago, y más si se trata de políticos retirados que viven del cuento, que dan conferencias por las que cobran centenares de euros al minuto, que firman ejemplares en los centros comerciales rodeados de la plana mayor local de su partido político.
La dificultad estriba en estos días en encontrar a alguien que lea literatura en estado puro, ideas concentradas al máximo, poemas que vayan más allá de la simple rima, o en el mejor de los casos de un ritmo interno, para elongarse a través de ideas brillantes. Ahí somos una potencia mundial, mucho más que en los deportes de moda, mucho más que en novelistas o en directores de cine, de los que tampoco adolecemos en este país. ¡Qué difícil encontrar a alguien con quien hablar de poesía!.

miércoles, 10 de junio de 2009

Ciencia en la sociedad

Quizás no está en el espíritu del ciudadano español nada relacionado con la investigación científica, o con la producción de artículos científicos al nivel que sea. Quizás tiene que ver con la educación, con el modelo consagrado en el último siglo de un profesor que dice cosas que los alumnos pueden o no escuchar, asimilar, comprender. Nada de experimentación, nada de aprendizaje propio, nada de ciencia. La transmisión vertical del saber conlleva elitismo, conlleva falta de motivación, conlleva el que la cultura científica en la sociedad esté infravalorada y apenas exista. Me maravillo en otros países como Francia sin ir más lejos, en el cualquier ciudadano posee conocimientos científicos que aquí en España se consideran casi de élite. Hace tiempo leí en algún periódico un artículo en el que se hablaba de esta incultura científica en la calle y proponían una sencilla prueba: preguntar a cualquier ciudadano que nos explicase porqué se producían las estaciones. Incluso en el caso en el que se ofrecieran varias respuestas a la pregunta para poder elegir, la mayoría elegía la que decía que en verano estaba más cerca el sol de la Tierra, y en invierno más lejos. La única ciencia que llega hoy a los ciudadanos es a través de medios de comunicación poco especializados, en ocasiones mal transmitida o de forma errónea o incompleta. Me he dado cuenta este año en el que no he trabajado por una excedencia que la mente si la dejas al libre albedrío, sólo pendiente de los medios de comunicación, tiende a atrofiarse. Se echan en falta revistas especializadas de divulgación en vez de tanta revista del corazón. Ahí reside uno de los errores fundamentales de nuestra sociedad.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Informes

A veces he tenido la tentación de elaborar un informe de cada persona que conozco; bueno, de todas no, de algunas, de forma que cuando pasase el tiempo pudiera recordar algunos detalles, confidencias, peculiaridades que me interesaron en su momento. He observado que esta práctica no es una idea original mía, sino que existe y creo que es ampliamente seguida en el mundo anglosajón, en el que a diferencia de nosotros intentan que todo el esfuerzo que alguien hace quede reflejado en algo productivo: producir por encima de todo, textos, notas, publicaciones del tipo que sea; así se publica mucho más que aquí, se investiga más, y lo que es más importante: mejor. ¿Qué podría incluirse en esos informes?. Hay cosas obvias, como la fecha de nacimiento si es que se ha podido conseguir, cosa no tan difícil si existe algún interés; a veces es importante el DNI, aficiones, familia, y como dije antes cualquier revelación que pudiera interesarme ahora o en el futuro. El problema es que una tal base de datos tendría que haberla empezado a hacer hace ya muchos años para poder usarla cuando fuere necesario; ahora quizás ya es tarde.
Conocí en una ocasión a alguien (aún me acuerdo perfectamente de quién es y de por qué lo hacía) que elaboraba informes o fichas de cada uno de los libros que leía. El problema es que había empezado a hacerlos hace muchos años, cuando aún la informática no ayudaba a clasificar, organizar, a tenerlo todo en poco espacio, y lo hacía manualmente, con fichas de un fichero, cosa que le desbordaba y no se decidía del todo a informatizarlo dado el enorme trabajo que eso representaba.
No sé, ahora que pienso un poco más en ello, quizás esté a tiempo de empezar con mis fichas personales.

martes, 28 de abril de 2009

Abordajes

Hay quien se dedica a observarte por la calle, según andas, según te cruzas con ellos, con el único objetivo de si puede o debe abordarte. Tu mirada, la seguridad que demuestres, la idea que produzcas en ellos es determinante para que se dirijan a ti: hoy al caminar me he cruzado con tres señoras que llevaban propaganda de los Testigos de Jehová, enseguida dos jóvenes (seguramente americanos) vestidos con el uniforme que suelen exhibir me han parecido mormones; un poco más adelante en un cruce estratégico de dos calles peatonales han aparecido varios portadores de chalecos de la Cruz Roja. Ninguno de ellos se ha decidido hoy a abordarme. He tenido suerte. Quizás el portar la sillita con el niño me ha servido para librarme de ese acoso al que a veces nos someten a diario. También hay quién encuesta, quien intenta en los centros comerciales desde que compres un filtro de agua a que inviertas tu dinero en una oficina bancaria virtual, quien pide firmas u óbolos para las causas más diversas. Casi ninguna mirada es gratuita, así es que es conveniente ensayar la mirada que vas a sostener o desviar cuando esto se produzca, aunque a veces los motivos del abordaje no tengan apenas que ver con esto: he observado durante un buen rato a los voluntarios (o no tan voluntarios, pues creo que algo obtienen a cambio) de la Cruz Roja en un cruce de calles para determinar el perfil de quienes abordaban, y sorprendentemente los chicos abordaban a chicas guapas o de buena presencia, y las chicas a chicos fornidos de buena planta. Quizás se trate tan sólo de una estrategia de seducción.

lunes, 20 de abril de 2009

Un libro en la hamburguesería

En la hamburguesería del centro comercial era la hora punta, las diez de la noche de un sábado frío del mes de abril. La cola de espera salía por la puerta del establecimiento, lo cuál no disuadía a nadie de incorporarse a ella, a sabiendas de la legendaria velocidad de las cajeras y dispensadoras de comida en estos locales. Me había vestido rápido con un chándal y había ido a buscar un par de hamburguesas para cenar; calculando que era una hora punta me llevé un libro de relatos, De que hablamos cuando hablamos de amor, de Raymond Carver.
Me costaba concentrarme en la lectura y sentía que mucha gente me miraba, unos de reojo, otros abiertamente sabiendo que yo mantenía la vista fija en el libro. Debía ser un bicho raro en la noche del centro comercial en el que no hay una mísera librería, ni un kiosco, ni ves a nadie leyendo y a la mayoría de los que por allí pululan cuesta imaginárselos leyendo en cualquier otro lugar. Prejuicios. Míos y de los otros en torno a mí. Finalmente me dedique entre párrafo y párrafo a observar a los que tenía a mi alrededor: parejas jóvenes sobre todo, pero también muchos niños, caras de adulto adustas, madres con sus vástagos sin que los padres aparecieran por ningún lado (como siempre en estas ocasiones tiendo a pensar que están viendo fútbol en bares abarrotados de gente mientras trasiegan cerveza en grandes cantidades. Prejuicios.). Me maravilló la rapidez y el exquisito trato de la joven que me atendió en la caja, seguramente trabajadora de paso en busca de una ubicación mejor. Beneficio para la empresa explotadora, beneficio para la estudiante: al ver mi libro sonrió, la única que lo hizo en el local dónde los que antes me miraban parecían despreciarme.

jueves, 9 de abril de 2009

Procesiones en la ciudad

Parece que van disfrazados, o que van a disfrazarse, con su capuchón y su manto bajo el brazo; desde luego van a participar en un acto colectivo, en una especie de unión común para conseguir más fuerza. Supongo que alguno de ellos siente que va a ser observado por miles de turistas y eso le gusta; tal vez a otros eso les desagrade y les suponga un esfuerzo adicional para poder concentrarse en sus oraciones o en su penitencia o en la expresión íntima de sus deseos, o en la sensación de fraternidad, de protección, de fuerza común.
Fuera del ámbito religioso parece increíble que miles de personas en algunas ciudades se movilicen cada año para posibilitar el colorido turístico de las procesiones sin obtener apenas nada a cambio, sujetos anónimos casi siempre, que sienten íntimamente el orgullo de pertenecer a una cofradía. Anoche escuchábamos en televisión a una mujer en Zamora que decía que tenía que haber una Semana Santa cada dos meses. Era una de sus formas supremas de realización personal. Todo parecía girar en torno a su participación en esas procesiones a pesar de que reconocía que todo en torno a ellas era muy machista, y que estaba costando mucho que algunas cofradías históricas evolucionaran hacia una cierta igualdad.
Dentro de las propias cofradías suele haber disensiones grandes entre algunos de sus miembros, relativas en gran medida al poder, a la forma de ejercerlo, al trabajo nunca remunerado, a los esfuerzos que unos hacen y otros no en la preparación para que todo pueda funcionar (pese a que aparentemente está todo ya organizado por siglos de tradición, debe haber un trabajo sucio detrás que algunos no estarán dispuestos a asumir), en la figuración y preeminencia en determinados ámbitos, en las donaciones (siempre aparece el dinero como motor en toda ocasión y circunstancia) que puedan hacerse de manera menos anónima de lo que debiera ser. Todo requiere un sacrificio personal en aras del funcionamiento colectivo que ya no suele tener esa función de socorro y de protección para los que fueron fundadas las más de estas cofradías. Ahora parece que la satisfacción es el lucimiento o el reconocimiento social, o la penitencia...

jueves, 12 de marzo de 2009

Adolescencia desbocada

Una niña de 9 o 10 años con una pulsera de perlas es una exageración. La niña viajaba en autobús, junto a su madre, probablemente su tía y un hermano de pocos meses de edad en su cochecito. Además de las perlas lucía anillos en ambas manos, y todo en sus gestos imitaba a los adultos. Era una niña muy guapa, pero en el momento en el que empezaba a hablar, parecía que todos los demonios salían por su boca, no sólo por la cantidad de palabras que no hubiera debido pronunciar nunca, sino por la tiranía que ejercía sobre las mujeres adultas que la acompañaban. Me pareció todo el cuadro que tenía delante una pequeña aberración, no sólo por el presente que podía más o menos adivinar, cuanto por el futuro que pude entrever.
Ayer un estudiante de 16 o 17 años provocaba una masacre en Alemania con armas de fuego utilizadas contra sus antiguos compañeros de colegio. Eso puede llegar aquí si no cambiamos la educación de los niños: hace años parecía que era un comportamiento que se producía solamente en Estados Unidos y en cierto modo culpábamos de ello a la cantidad de armas que hay en circulación en ese país, pero ahora que llega a los "civilizados" paises europeos, la cosa ya no parece tan fácil de analizar. Nos llega lo que nos merecemos, lo que estamos fomentando como sociedad, pero también a nivel individual, unos adolescentes con ausencia total de valores, sin control ni autoridad, perdidos en un mundo enorme de posibilidades, pues no estamos siendo capaces los adultos de guiarlos con un mínimo de consistencia, preocupados ante todo de no perdernos nosotros mismos.

lunes, 2 de febrero de 2009

Canciones, efectos

¿Dónde reside la fuerza de algunas canciones?. Hay músicas que levantan el ánimo o provocan optimismo o ganas de mover el cuerpo, o excitan la imaginación de quien las escucha, creando en nosotros imágenes poderosas que rivalizan con el entorno circundante llegando incluso a negarlo durante algún tiempo; ahí reside creo yo el éxito de los pequeños aparatos que nos permiten escuchar música por la calle; ahí y en la sensación de que mientras te desplazas vas aprovechando el tiempo para hacer algo, para escuchar algo, es decir conviertes el desplazamiento en ocio.
A veces la imagen de la cantante o del solista de un grupo se te representa de la forma sensual que sus asesores de imagen han elegido para representar en un videoclip la historia que se narra en la canción, y eso, el videoclip, fue una de las grandes revoluciones de la música pop, poder tener una imagen de lo que se escuchaba, no tener que imaginar, facilitar las imágenes que necesitamos para vincular las canciones a alguien o a algo. Estoy escuchando el último disco de La Oreja de Van Gogh, ya con su nueva solista, y el grado de sofisticación de esta chica, sus movimientos analizados con cuidado en algún clip que inevitablemente he visto en los días en los que se produjo el lanzamiento publicitario del disco me producen sensaciones de misterio ,de una belleza contenida, de un triunfo (que en realidad han obtenido) modesto, trabajado, sin renunciar a sus sonidos más emblemáticos. En definitiva tras escucharlos estoy algo más animado de lo que lo estaba cuando decidí poner en el reproductor el CD.

viernes, 30 de enero de 2009

Sobre el pirateo

¿Quién no tiene en su ordenador algo ilegal, una copia pirata de algo?. Esto se ha convertido en un problema para los creadores, quizás no de forma directa, pero sí de forma indirecta. De forma directa, los creadores (habría que distinguir entre diversas artes, unos están más desprotegidos que otros) no suelen ser quienes obtienen los máximos beneficios, por ejemplo alguien me contaba hace poco que por regla general en los libros el editor suele cobrar un 30%, el distribuidor otro tanto, el librero otro tanto y el autor el 10% restante del precio de venta del libro. Así es que hay intermediarios o posibilitadores del arte, que salen más perjudicados con las copias ilegales, aunque a la postre, el que estos intermediarios se nieguen a producir una creación significa que la obra no se publicita (no se edita, no se graba, no se distribuye convenientemente). Sin embargo defiendo que ciertas obras copiadas ilegalmente llegan donde no llegarían las originales, revirtiendo así en la fama, la posibilidad de que el artista pueda sacar beneficios de otra forma (las actuaciones en directo en música, etc). Por ejemplo, estoy escuchando música que no escucharía nunca de no ser porque la he obtenido gratuitamente, veo películas que no podría haber ido a ver al cine, etc. Quizás el en futuro podré leer libros en formato electrónico que sólo obtendría de las bibliotecas públicas, sin necesidad de perder tiempo en el desplazamiento. Así que de forma moderada (siempre con un orden, sin abusar demasiado, sin coleccionar por coleccionar, sin distribuir demasiado lo que pirateo), estoy a favor de que todo tipo de cultura sea accesible de forma gratuita o mejor dicho semigratuíta. Entiendo que tiene que haber un canon en todo aparato susceptible de hacer copias o de reproducirlas. Otro tema es como se reparte luego ese canon. La otra posibilidad es que los propios autores cuelguen sus obras en páginas web desde dónde puedan descargarse de forma gratuita, soportadas por la publicidad atraída por el número de descargas que se realizan, aunque esta fórmula no parece gustarle mucho a los intermediarios...

lunes, 19 de enero de 2009

Leer poemas

No basta el intentarlo. Para abrir un libro de poemas hay que tener una predisposición especial, saber qué vas a encontrarte dentro, qué hermetismo, qué dificultad, qué belleza, cuál es tu estado de ánimo, cuál tu soledad, cuales tus posibilidades de disfrute. El abanico es muy amplio. Recomiendo a ser posible leer en voz alta, a ser posible también en el idioma original (aunque es muy recomendable tener una traducción al lado), y dejarse llevar por el sonido de nuestra propia voz, y releer, y no buscar nada en la primera lectura. Hace ya unos días que no leo poemas de nadie, y eso le resta ideas a mi vida, le resta romanticismo, le resta imaginación. Llevo varios años leyendo a Caballero Bonald, Somos el tiempo que nos queda, una antología poética, voluminosa, espléndida. Entre quienes leo y releo, Cavafis, Seamus Heaney, Fernando Pessoa, Raymond Carver, Baudelaire, Claudio Rodríguez, así a bote pronto. Cada uno de ellos puede alegrarme el día o la semana, o el mes. En cada uno de ellos encuentro inspiración, ideas, una voz o una presencia que me modifican el ánimo, que me perturban, que me hacen pensar mientras disfruto de un arte sublime, conceptual, lejos de la banalidad mundana que habita en la prensa, en la televisión, en las tertulias radiofónicas.