viernes, 12 de diciembre de 2008

Preocupaciones dominantes

Tal vez no podamos vivir sin una preocupación preponderante en nuestra cabeza de entre las casi infinitas que nos pueden asaltar cada día. Eso suele consumir una buena parte de nuestros recursos mentales. Las hay muy particulares, muy singulares, muy propias, las que no confesaremos nunca, pero las hay falsas, impostadas, creídas tan sólo por nosotros, contagiadas o nacidas de sospechas inciertas o de un falso razonamiento, o de indicios poco fiables, o fruto de nuestra incapacidad para disfrutar de una felicidad duradera. Puede ser un problema económico, o un hijo adolescente que no se centra (pero que seguro que busca y encuentra su nicho social en un futuro no demasiado lejano), o la inestabilidad laboral a la que no vemos solución, o desaprovechar todas las oportunidades que nos ofrece la modernidad para hacer algo para lo que creemos estar capacitados. Puede ser una enfermedad latente o la de algún familiar o amigo muy próximo, puede ser un desamor, pueden ser tantas y tantas cosas. De lo que estoy seguro es de que todo el mundo tiene algo en mente, algún nubarrón que antepone a todas las demás cosas, y que le suele mediatizar la mayor parte de las decisiones que toma. Algunas de estas preocupaciones nos las proporcionan los medios de comunicación (en ausencia de otras más personales) en forma de miedos, ya sea políticos o meteorológicos.
A veces estas preocupaciones que he llamado dominantes son cambiantes, depende de las personas, las hay que no pueden mantener durante mucho tiempo la misma preocupación, por la naturaleza misma de ella (de la persona o de la preocupación, la ambigüedad es buena en este caso), y así son capaces de asir cualquier cosa que flote en el ambiente: un miedo a un exterminio masivo de la humanidad por un virus, un meteorito, o una explosión nuclear, la lectura de un libro de apariencia profética o la desgracia de un remoto vecino o familiar.
En fin, tal vez sea bueno y necesario dada la especial configuración cerebral de nuestra especie (y nuestra crueldad contrastada) el que tengamos ese ruido de fondo en forma de preocupación, que nos limite y nos contenga.

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