miércoles, 10 de septiembre de 2008

Libros

En casa tengo más libros sin leer que leídos. Esto me produce un poco de desasosiego a veces, pero las más de ellas me produce esperanza e ilusión, aunque sé que el ritmo de vida que llevo no me permitirá leer todo aquello que quisiera. Algunos son libros de consulta que raras veces son consultados, otros son libros de poemas en los que he hecho alguna que otra incursión, sin llegar a leerlos de forma sistemática. A veces pienso que me gustaría leer el Antiguo Testamento con calma, investigando procedencias y destinos y conexiones, otras creo que me gustaría leer una vez más El Quijote, o Los Miserables, o un tomo enorme sobre Felipe II de Manuel Fernández Álvarez, pero inmediatamente me da una pereza terrible y lo pospongo para otro momento, consciente del engaño. Parece esto una metáfora de la vida, de las grandes cuestiones que nos dan pereza y son desechadas nada más pasar por la cabeza su sola sombra.
La verdad es que tengo muchos libros, muchos proyectos de lectura, muchos leídos y olvidados, otros recordados vagamente, otros venerados, y que si me pongo a pensar en cuándo los leí, con ellos presentes empiezo a recordar situaciones de esa época y sobre todo sensaciones (muchas de ellas seguramente ya falsas, acomodadas por el pensamiento y el olvido). Por ejemplo recuerdo claramente cuando leí el primer libro que cayó en mis manos de Saramago, hace unos 16 años, cuando apenas nadie le conocía: Memorial del Convento, un libro sacado de una biblioteca pública de un pueblo lejano en un momento de soledad y de cambio, y la magia que encontré en él. Este libro me abrió la puerta a toda la novela de este escritor portugués que luego sería premio nobel con el tiempo. Sobre él escribiré otro día.

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