miércoles, 28 de noviembre de 2007

La navaja de afeitar

Una mano sostiene la navaja que te rasura después de tantos días la barba tupida, algo que debió de ser cotidiano en otra época, no tan lejana, la época de los abuelos, en los que una o dos veces por semana pasaban rigurosamente por la barbería, en la que compartían chismes, noticias, información, esa que tanto escaseaba. Sentir la navaja tan cerca del gaznate, saber que estás en las manos de quien la sostiene, escuchar el sonido seco del rasurar, saber que al salir de la peluquería tu imagen será diferente, como diferente eres tú cada día que pasa.
La profesión ha caído en desuso, como otras tantas que han expirado tras el triunfo de la tecnología. Me ha dado por pensar en cómo se afeitarían los hombres antiguos, en toda época y lugar, de forma muy precaria supongo. Hasta no hace muchos siglos serían pocos quienes tuvieran el privilegio de poder mostrar su cara lampiña, si es que esto era un privilegio. Luego supongo que quien más quien menos, por cuestiones de moda se hacía afeitar o comenzaba a poder afeitarse a sí mismo; conseguir una navaja de afeitar fiable, y afilarla no debió ser fácil en algunas épocas; puedo suponer que sería un símbolo de estatus social el ir siempre con la barbilla reluciente. En todo caso es todo un símbolo hoy tanto dejarse barba como ir siempre perfectamente rasurado y un placer el que de tiempo en tiempo puedan afeitarte, dedicar media hora a que con toda la calma del mundo (imposible de otro modo) un barbero, una barbera en este caso te pase la navaja por la cara confiando en ella.

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