miércoles, 2 de mayo de 2007

El mar, infinito

Tras la contemplación de lo absoluto, de las olas, de la espuma, de los reflejos del sol, todo se vuelve mínimo, insignificante. Cada mañana me cruzo por la calle con personas en cuyos rostros se refleja la lucha, el sufrimiento, arrugas ganadas una a una, peleadas, llenas de pequeñas miserias que a todos nos llegan, y sin embargo se aferran (nos aferramos) a cada minuto de vida, a una incertidumbre a veces alejada de la belleza o del placer, improvisando, sin ningún objetivo claro. Lo cierto es que disfrutamos mucho más de lo que estamos dispuestos a reconocer, cada cual con una intensidad diferente; ese es el gran secreto, quizás más aún de los pesimistas que de los optimistas. He disfrutado mucho del fin de semana mirando al mar (se puede estar al lado del mar viviendo de espaldas a él), estando el agua y la brisa siempre presentes, deleitándome con el verde de los prados cántabros, contactando con la naturaleza, intentando convertir mi no-pertenencia a ese entorno en una visita lo más intensa posible: es difícil establecer la pertenencia a un lugar en el que no vives; ¿cuánto tardas en pertenecer a un lugar?, ¿es posible hacerlo en vacaciones?.

No hay comentarios: