miércoles, 16 de mayo de 2007

Fumando en la mañana

He contemplado según iba a trabajar a varias mujeres, que tras dejar a sus criaturas en el colegio, se sacaban un cigarrillo, y disfrutaban de la primera calada, como si fuera su primera bocanada de aire de la mañana. Las he contemplado con un aire a la vez entre compasivo y envidioso. Compasivo porque hoy en día quien no ha dejado de fumar, sabe que la calidad de su vida disminuirá de todas formas, antes o después, esto es, todo el mundo, salvo muerte prematura, acaba lamentando los largos años de cigarro tras cigarro. Esto es una verdad asumida en nuestro mundo occidental tecnologizado. Envidioso, porque he visto caras de placer, poses de película, la sensación increíble de acceder a lo prohibido, a lo no recomendado, el placer de acercarse "al lado oscuro de la fuerza". Yo mientras tanto escuchaba un Don Giovanni repetido en el último año muchas veces, tanto, que me resulta muy, muy familiar, hasta el punto de preguntarme cómo he podido estar 37 años sin escuchar esta divina música. También he sonreído a la mañana al escuchar una determinada aria de esta ópera, como si quisiera inhalar todo el aire fresco de golpe. Es primavera lozana.

viernes, 11 de mayo de 2007

Disfraces

Ves de repente a alguien, en este caso una mujer, enfundada en un traje negro, buen corte, esbelta, andando por la calle, con un cigarrillo en una mano, arrastrando una pequeña maleta, pero sus modales la delatan: tira el cigarrillo en medio de la acera, y es brusca en todos sus movimientos; sin duda va a trabajar antes de salir de fin de semana. El uniforme hace que se oculten deducciones que hacemos de forma involuntaria sobre la ropa, sobre la elegancia, sobre la bondad-maldad de esa persona, sobre instintos en los que pensamos poco pero que aparecen enseguida en nuestro subconsciente, como la agresividad, la sexualidad, la competencia por los recursos (sobre todo alimenticios en nuestros ancestros). Si miramos detalladamente a alguien, la cosa cambia: el aspecto de los dientes, la mirada..., pero en la media distancia, podemos ser engañados fácilmente por el aspecto externo. Tal vez eso busca la moda, disfrazar, esconder, modificar primeras impresiones, tan importantes por eso, por ser primeras (¿efecto de primacía?). Y sin embargo, es tan difícil clasificar seres humanos. Y contra argumentando, todos tenemos tantas clasificaciones en la cabeza, tantas simplificaciones, tantos prejuicios (más cuanta más experiencia en el trato con gente diversa tengamos). Yo tiendo a pensar que no hay más que a lo sumo un 30% de gente que merezca la pena en el mundo, pero para aseverar esto de forma científica me harían falta unos indicadores medianamente objetivos, y un estudio que no estoy dispuesto a realizar.

miércoles, 9 de mayo de 2007

Amargura

Así empezaba una canción de Madredeus que hace años me cansé de escuchar, "amargura con toda el alma...", rebosante de saudade portuguesa, lo que me produjo unas ganas locas de visitar Lisboa, de perderme por callejones sin rumbo, algo que no pudimos hacer cuando la visitamos hace años en un puente de diciembre, dado que nos sorprendió un temporal atlántico de lluvia y viento tremendo. Así se desprende del libro que estoy terminando de leer "Estambul" del nobel Pamuk; amargura, el sentimiento de toda una ciudad durante casi todo el libro, pero ahora, acercándome al final de él, su amargura personal, vital, durante su adolescencia, relacionada con la soledad que todos llevamos dentro. Me he sentido muy identificado con él, con las sensaciones que describe de sus 16-18 años, en los que "actuaba" socialmente para no parecer un bicho raro, con los momentos oscuros en los que necesitaba huir de todo el mundo, encerrarse en su habitación, en su soledad, e imaginar como él dice no ya varias historias contradictorias a un tiempo, como le pasaba en su niñez, sino un futuro diferente, mas en soledad. No creo que esto sea un sentimiento exclusivo suyo ni mío en la adolescencia, pero también creo que no todo el mundo lo pasa así. Yo como él tendí a sentirme especial, sin unos lazos de amistad a los que poder comunicar todo esto (tal vez en aquel momento no era capaz tampoco de comunicar nada, y si puedo ahora muchos años después).

miércoles, 2 de mayo de 2007

El mar, infinito

Tras la contemplación de lo absoluto, de las olas, de la espuma, de los reflejos del sol, todo se vuelve mínimo, insignificante. Cada mañana me cruzo por la calle con personas en cuyos rostros se refleja la lucha, el sufrimiento, arrugas ganadas una a una, peleadas, llenas de pequeñas miserias que a todos nos llegan, y sin embargo se aferran (nos aferramos) a cada minuto de vida, a una incertidumbre a veces alejada de la belleza o del placer, improvisando, sin ningún objetivo claro. Lo cierto es que disfrutamos mucho más de lo que estamos dispuestos a reconocer, cada cual con una intensidad diferente; ese es el gran secreto, quizás más aún de los pesimistas que de los optimistas. He disfrutado mucho del fin de semana mirando al mar (se puede estar al lado del mar viviendo de espaldas a él), estando el agua y la brisa siempre presentes, deleitándome con el verde de los prados cántabros, contactando con la naturaleza, intentando convertir mi no-pertenencia a ese entorno en una visita lo más intensa posible: es difícil establecer la pertenencia a un lugar en el que no vives; ¿cuánto tardas en pertenecer a un lugar?, ¿es posible hacerlo en vacaciones?.